6 de septiembre de 2014

Nueva entrega.

Edu y La Constancia.


Una mañana, Edu, se encontraba junto al mar. Observaba el vuelo de las gaviotas y su ronroneo especial con los visitantes de aquel bello lugar.

Edu batallaba contra las olas, unas tras otras, hasta que un ruido le llamó la atención. Miró a su alrededor pero no veía nada extraño. La gente se bañaban, paseaban y charlaban bajo el resplandeciente sol de aquella tarde de verano.

Pero, de repente, ese sonido, volvió a él. Intrigado, Edu desvió su vista hacia los pinos que se encontraban frente al mar. Descalzo, fue galopando a través de la ardiente arena, atraído cada vez más por su curiosidad.  

El sonido extraño iba en aumento y parecía que solo lo escuchaba él, o eso le parecía. Se asustó. No había nadie entre los pinos. La tarde empezaba a despedirse y la noche empezaba a aparecer.

La curiosidad pudo más que su miedo pero Edu avanzó hacía adentro. El ruido paró. Sus piernas temblaban como una dulce gelatina pero sus articulaciones estaban también preparadas para ¡¡¡salir corriendo!!!

Los grandes ojos de Edu se abrieron. Se quedaron fijos en torno a algo. Junto a él  se encontraba un potrillo tumbado entre piñas y arena relinchando con fuerza. 

Se sorprendió de verlo tan cerca de la playa pero también sabía que aquella playa conservaba aun su lado "salvaje". 

Hasta que el sol no se fue estuvieron los dos juntos. Edu lo acariciaba e intentaba sofocar su "llanto". Alertado por los gritos de sus padres, Edu abandonó a su nuevo amigo.

Esa noche no pudo dormir. A la mañana siguiente fue en su búsqueda, encontrándolo en el mismo lugar, pudiendo comprobar con tristeza su empeoramiento.

Valiente, buscó a sus padres. Le contó su hallazgo y su intención de salvarlo. Juntos encontraron una pequeña granja en los alrededores y con felicidad, Edu comprobó que su nuevo amigo venía de aquel lugar.

El granjero con la ayuda del joven niño, trasladó al animal junto al establo. Estaba herido y desnutrido. Ese día, los dos amigos estuvieron juntos. 

Motivado por la pronta recuperación del potrillo pidió a sus padres poder ir a visitarlo todos los días. El granjero animaba la decisión del pequeño viendo mejoría en su animal. 

Edu dejó de jugar en la arena, dejó de golpear las olas y a cambió, prefirió cuidar y mimar a su joven amigo. No faltó ni un día durante su largo verano.

Al acabar las vacaciones, Edu comprobó con alegría como su amigo había mejorado. Sus días con el, junto a el, sirvieron de gran ayuda. Sus visitas constantes le hicieron ver junto con la ayuda de sus padres, como este gran valor, la constancia, puede abrir paso a grandes y pequeños logros. Paso a paso. 

Hoy día, Edu y Duque continúan siendo amigos trotando junto al mar. 



María Diffort.





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